sábado, 19 de abril de 2014

Noche Oscura del Alma

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.                 

Estoy enamorado de Castilla y León; algo en mi vida, en mi alma, me impulsa a seguir yendo allí. A visitar sus castillos, monasterios, iglesias, archivos y bibliotecas. Sus campos eternos y monótonos, la aridez de sus gentes, y la agreste sensación de lo conciso, lo frugal y lo sobrio, me embelesan. Algo, en suma, hace que la añore. Y eso mismo me ha vuelto a ocurrir en una reciente e intensa visita a Segovia. El Alcázar era mi referente (aparte del todopoderoso Acueducto, naturalmente), siendo como es la inspiración para el recentísimo Neuschwanstein (por cierto, si pasan por El Prado no dejen de visitar una pequeña exposición temporal: El mal se desvanece. Egusquiza y el Parsifal de Wagner), pero de esta elegante y evocadora silueta no voy a hablar hoy, ni de su abundante Románico, sino de dos personalidades y de su huella constructiva en la ciudad en cuestión: Enrique IV de Castilla y San Juan de la Cruz. Dos personalidades contrapuestas que fueron y son muy importantes para la capital castellana.
Y es que ese algo en Castilla y León hace que sea una tierra espiritual, cuna de místicos y de mística. En 2012 colaboré con Ramiro Tapia en Las Edades del Hombre: Monacatus, con el texto explicativo para su obra “Vida Monástica”, y en él ya hacía mención de aquellas ideas que rondaban mi magín tiempo ha. Y no se trata de santurronería, de beatería o meapilismo; créanme cuando les digo que una íntima religiosidad subyace en su paisaje, una religiosidad ajena a instituciones y corrientes de pensamiento. Con frecuencia adopta la forma de una necesidad, de una dedicación a las cosas y sus signos, a los materiales de la tierra, a sus colores y trazos, al valor de la palabra escrita y su caligrafía de alma. Al cielo y sus campos. A la noche que envuelve sus bosques, llanuras y montañas, conduciendo los riachuelos por entre precipicios de noche y muerte.
El Convento de los Carmelitas Descalzos es un representante perfecto de lo que digo. Visitado por Juan Pablo II en 1982, nos muestra un retablo pintado por el P. Gerardo López Bonilla, un carmelita y artista mejicano cuya obra me impresionó vivamente, al hallar su técnica cercana al denominado Art Visionaire. Sus alegorías de la obra de San Juan de la Cruz dotan al recinto de un halo de modernidad que contrasta con el resto del conjunto, y que no hacen más que justificar lo que trato de decir aquí. Y sí, de nuevo San Juan de la Cruz acompañándome de Salamanca a Granada, y que no podía por menos que ser el protagonista de este nuevo episodio segoviano, dado que es en este monasterio donde yacen sus restos, en una excesivamente barroca (para mi gusto) cripta del siglo pasado.
Lo cierto es que las letras de San Juan de la Cruz son apasionadas, lo mismo que profundas e instruidas:
“Un día de los pasados me affligio mucho mas de lo acostumbrado la tristeza, que nunca poco, o mucho me dexa. Y con sobrada fatiga y cuydado hablaua conmigo mismo desta manera (…) Porque los ojos miran a la tierra, donde començo la humana miseria el dia que peco el primer hombre” (Dialogo sobre la necessidad y obligacion y prouecho de la oracion y diuinos loores vocales…, 1555).
Pero no diré mucho más sobre esto, sino que invitaré al curioso lector a deleitarse con las obras de este santo universal, y en todo caso recomendaré la siguiente bibliografía:
BOETA PARDO, Rafael, “Experiencia simbólica en San Juan de la Cruz”, Revista de Ciencias de las Religiones, nº 5, 2000, pp. 37-60.
DÁMASO ALONSO, “La poesía de San Juan de la Cruz”, Thesaurus IV, nº 3, 1948, pp. 492-515.
EGIDO, Teófanes, “Hagiografía y estereotipos de santidad contrarreformista (la manipulación de San Juan de la Cruz)”, Cuadernos de Historia Moderna, nº 25, 2000, pp. 61-85.
ELIA, Paola, “Problemas textuales de la obra de San Juan de la Cruz: El Cántico B”,  Actas del Congreso Internacional Sanjuanista: Ávila, 23-28 de Septiembre de 1991, Valladolid: Junta de Castilla y León, vol. 1, 1993, pp. 123-141.
LÓPEZ-BARALT, Luce, San Juan de la Cruz y el Islam, Madrid: Ediciones Hiperión, 1990.
MAITÉ HERNÁNDEZ, Gloria, “Mirando a Dios. El Cántico Espiritual y Rāsa Līlā”, Interdisciplinary Conference of the Association of History, Literature, Science and Technology, Universidad Complutense de Madrid, 2010, pp. 295-306.
MORALES CÓRDOBA, Eva María, La alegoría de la prosa del cántico de San Juan de la Cruz como explicación de la experiencia mística, Universidad Autónoma de Barcelona, 2008.
RUFFINATO, Aldo, “Los cuatro cuadros del Cántico A de San Juan”,  Archivo de filología aragonesa,  vol. 59-60, nº 2, 2002-2004 , pp. 2071-2092.
Así como sus obras fundamentales, en Cervantes Virtual.
Una agria polémica y eternas disputas eclesiásticas y académicas se han levantado desde la publicación de la “misteriosa” obra de Fray Juan de la Cruz, y es lógico considerando la bruma que envuelve a su preciosa y pulida palabra escrita, fuente e inspiración para poetas y filósofos posteriores.
Prosigamos con los nexos. También en Studia Hermetica hablé en su momento de la mística consustancial a la Alhambra, ¿y qué puedo añadir yo a lo ya dicho por el Dr. José Miguel Puerta Vílchez?, pero ¿qué les parece si les aseguro que el Techo del Salón de Comares tiene su eco en otro monasterio segoviano? Y aquí llegamos al decadente Enrique IV de Castilla, al que bien podríamos imaginar revestido de suntuoso atuendo árabe, inaugurando los recintos del Monasterio de San Antonio el Real con pertinaz paso. El monasterio en cuestión, ubicado en el extrarradio de todo lo conocido y conocible por el turista medio, se halla actualmente en una situación delicada y en relativo abandono, precisamente debido a su desconocimiento por parte del gran público. Y sin embargo alberga tesoros de incalculable belleza y valor mundano. Y entre ellos, lo que nos interesa: los techos de la nave de la Iglesia y de la Sala Capitular, que no son otra cosa que un trasunto de los impresionantes techos de los Palacios Nazaríes, donde se nos ofrece una muestra del buen hacer de la carpintería mudéjar, dando lugar a una cubierta denominada “de par y nudillo” ataujerada, una obra de arte de la precisión matemática y artesanal intacta, tan intacta o más que su “modelo original”, realizada bajo la inspiración de la Sura al-Mulk (“El Reino”, o “El Señorío”):
1. ¡Bendito sea Aquél en cuya mano está el señorío! Él sobre toda cosa es poderoso / 2. Aquél que ha creado la muerte la vida para probar quien de entre vosotros obra mejor. Él es el Poderoso, el Indulgente. / 3. Aquél que ha creado siete cielos superpuestos. Mira si ves en la obra del Clemente imperfección alguna. ¡Vuelve la vista! ¿Has observado alguna falla? / 4. Luego, vuelve la vista a ella un par de veces; la vista volverá a ti cansada y fatigada. / 5. Hemos adornado el cielo del mundo con candilejas, que hemos colocado como piedras para lapidar a los demonios, para quienes hemos preparado el tormento del fuego.
Y yo, que he tenido la ocasión y oportunidad de pasear por encima del Techo del Salón de Comares, y observar así el armazón de madera que sostiene los cielos, puedo apreciar incluso más su insuperable técnica y sus conocimientos matemáticos, siguiendo a Platón cuando nos asegura que la γεωμετρία conveniente es aquella que obliga a contemplar la esencia: οὐκοῦν εἰ μὲν οὐσίαν ἀναγκάζει θεάσασθαι, προσήκει (Rep. VII, 526e). Esencia (οὐσία) y alma (ψυχή) convergen para hacernos ver a los pobres mortales de qué estamos hechos, de dónde venimos y hacia dónde vamos tras la descomposición de nuestros cuerpos. ¿Qué mayor cántico espiritual que este, concebido cuatro siglos antes de nuestra era, y repetido milenios después por cientos de generaciones de hombres en regiones tan distantes y distintas? Y así nos los explicó la guía, con apasionadas y sentidas palabras. Todo un lujo, amigos. Así que ya saben: no dejen de visitar el Monasterio de San Antonio el Real si alguna vez pasan por Segovia; de esta manera se deleitan ustedes mismos con belleza platónica y además ayudan a la preservación de nuestro rico patrimonio histórico, inigualable y único en el mundo.
Dos recomendaciones bibliográficas más:
CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío, El techo del Salón de Comares en la Alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, 1988.
GARCÍA GIL, Alberto, La arquitectura del Monasterio de San Antonio el Real de Segovia, Hermanas Clarisas de San Antonio el Real, 2009.
Y otros recursos:
Eso siempre fue España: una abigarrada mezcolanza de culturas que contradice las visiones reduccionistas que a menudo se nos venden, tanto por parte de los especialistas como de la cultura popular. Desde luego no hablamos de “armonía social”, pero sí de un verdadero intercambio y una admiración cristiana hacia una cultura de muchos modos superior, y un cruce de caminos entre dos religiones que partían de un tronco común, y que compartían más que contradecirse.
Y quizás por ese motivo la visita al Palacio Real de la Granja de San Ildefonso agrava esa sensación de contraste infinito: un intruso en tierra espiritual, una amalgama mitológica y pagana versallesca da la mano a la mística recia y profunda de España, ejemplificado en este volumen manuscrito de Consideraciones Devotas, extraído de la biblioteca de Felipe V (Ms. 868 BNE, cfr. “Las meditaciones sobre los cantares, de Santa Teresa de Jesús”, de Julio C. Varas García).
La próxima vez que escriba aquí será para anunciar nuestra particular academia de lenguas clásicas, con la que espero por un lado sacar algo de rédito a este mi proyecto, y por otro lado dedicarme a mi pasión por la literatura antigua y renacentista. ¡Estad atentos!