El hermetismo renacentista (1400-1600)


Características del hermetismo renacentista
Conceptos fundamentales: antropocentrismo, “hermetismo cristiano”, Prisca Theologia, ecumenismo, materialismo, reforma.
Para los humanistas del Renacimiento, el hombre cobraba por fin el rango de centrum mundi: la diatriba humana centralizaba su importancia en el debate filosófico, apartando de la liza intelectual al método escolástico tradicional. Las ciencias matemáticas tales como la Geometría, la Aritmética y la Mecánica, así como la crítica al galenismo[1] y a la imago mundo aristotélico-ptolemaico, y el nacimiento de la medicina panvitalista de Paracelso, Petrus Severinus y Van Helmont[2], abrirían el camino a un nuevo espacio donde el ser humano era por fin protagonista, y no tan sólo criatura. En este orden de cosas, la revaloración de métodos de comunicación y persuasión cultivados en la Antigüedad, tales como la epístola, el diálogo y la oración, denota un interés creciente por la individualidad y el individuo.
Escribía un Giannozzo Manetti en su De dignitate et excellentia hominis (1452):
Nostra namque, hoc est humana, sunt, quoniam ab hominibus effecta, quae cernuntur, omnes domus, omnia oppida, omnes urbes, omnia denique orbis terrarum aedificia, quae nimirum tanta et talia sunt, ut potius angelorum quam hominum opera, ob magnam quandam eorum excellentiam, iure censeri debeant. Nostrae sunt picturae, nostrae sculpturae, nostrae sunt artes, nostrae scientiae, nostrae sapientiae”.
De este modo, sostenía Manetti, el hombre tornaría en “dios mortal”, en theosanthropos[3]. El nuevo hombre renacentista y humanista retornaba a ser un πολιτικν ζον[4], una criatura cívica dotada de las mismas inquietudes cosmopolitas e íntimas reflejadas en muchas de las obras heredadas de la Antigüedad, alejándose más y más de la religiosidad medieval[5] y del mecanicismo escolástico universitario. El relativo éxito del hermetismo filosófico en el Renacimiento vendrá dado por su dual condición de mística intelectualizante, favorable a la intervención del Anthropos en el mundo material.
El hermetismo (en particular, el Asclepio) obtuvo, a través de la Escuela de Chartres en pleno siglo XII, un camino allanado para establecerse como uno de los textos más apreciados y combatidos durante el Renacimiento y el tardo-Renacimiento, y no sólo teniendo en cuenta el célebre Oratio de hominis dignitate (1486) de Pico della Mirandola, que no es más que un mero eslabón en una ininterrumpida cadena iniciada en el Occidente Latino por Teodorico de Chartres (De sex dierum operibus ca.1140, y Glossa y Commentum super Boethii De trinitate, ca.1150), Hermann de Carintia (De essentiis, 1143), y Bernardo Silvestre (Cosmographia. 1147), entre otros. De hecho, el Asclepio fue en la Plena Edad Media un texto extremadamente apreciado, sólo superado en número de manuscritos circulantes por el Timeo platónico y la Consolación de la Filosofía de Boecio[6].

Europa hermética

El complejo y dinámico cuadro trazado durante los dos intensos siglos de dispar “humanismo renacentista”, quedan mejor reflejados sobre un mapa. Se han destacado las figuras de Pletón y Bessarión, ambas personalidades vinculadas a Constantinopla y los Concilios ecuménicos de Florencia y Ferrara, y ambos inspiradores e instigadores del “retorno” de la labor filológica greco-latina a Occidente, desarrollada por los humanistas italianos durante el siglo XV, un hecho esencial para el desarrollo posterior del hermetismo filosófico durante los siglos XVI y XVII. Asimismo, ambas figuras se erigen como los defensores de la filosofía platónica y neoplatónica, otro pilar fundamental para el sostenimiento de la polémica anti-aristotélica y el ulterior resquebrajamiento de la cosmología ptolemaica, de la mano de Copérnico, Galileo, Brahe y Kepler, así como el replanteamiento de la misma física peripatética, por parte de personalidades tales como Patrizi, Newton, Leibniz y Gilbert.
En efecto, este simple esquema nos invita a hacernos algunas preguntas de fondo acerca de la naturaleza y la evolución de lo que se ha dado en llamar “filosofía hermética”. Principalmente debido a la dispar organización y distribución de obras y autores, se hace difícil establecer una explicación unívoca de sus trasfondos, pero podemos observar unas estructuras intelectuales yacentes que preparan y allanan el camino para una piedad de carácter personalista e intimista por una parte, y para una vuelta a una teología eminentemente platónica, o más bien neoplatónica, por otra. En el caso de los humanistas italianos, resulta relativamente sencillo proponer una descripción de su fructífera y frenética actividad, partiendo de la evidente influencia bizantina por un lado, y de la titánica labor que supuso el establecimiento de los studia humanitatis como base de la educación del nuevo hombre renacentista, siguiendo el canon ciceroniano y geliano[7], promovido de forma tan gráfica y eficiente por los grandes voceros del Renacimiento: Lorenzo Valla y Petrarca.
Este mismo patrón filológico y religioso lo podríamos aplicar en mayor o menor medida a Francia y España. Sin embargo, en el caso de Europa Central no nos resultaría tan simple elaborar un criterio de aproximación al fenómeno. Por ejemplo, en el caso de Nicolás de Cusa nos encontramos con un religioso preocupado por sofisticar el discurso teológico y acercarlo a posturas decididamente platónicas, sobre la base de los postulados apofáticos o negativos[8] del Dionisio Pseudo-Areopagita, que nos resultan extrañamente familiares teniendo en cuenta ese texto tan enigmático y bello que es el Libro de los Veinticuatro Filósofos; una aproximación, la del Cusano, parangonable a la de los humanistas italianos por su carácter erudito y favorable a la recepción de Platón, Boecio, Dionisio, Hermes, o de los Padres de la Iglesia.
Por otra parte, este canon de “hombre nuevo” se nos presenta particularmente evidente en Paracelso, un médico y teólogo nacido en la actual Suiza, que propondría un nuevo acercamiento al fenómeno religioso desde posiciones inmanentistas, pansofísticas y panvitalistas, y por ende herméticas, legando tras su muerte un corpus de filosofía reformadora que inspiraría la llamada Theophrastia Sancta[9], y una labor de experimentación físico-natural que abriría las puertas al trabajo de otros eruditos como Van Helmont o Petrus Severinus.
Asimismo, en este esquema debemos reconocer el cisma que supuso la Reforma y la Contrarreforma, y el establecimiento de bloques ideológicos en el corazón de Europa, así como la progresiva radicalización de los discursos, que finalmente darían al traste con la concordia y la pacificación propuesta por humanistas como Erasmo o Pico. El luteranismo y el libre examen suscitado por sus invectivas contra una Iglesia Romana marchita y decadente, también abriría una vía para la interpretación esotérica y gnóstica de las Escrituras, de la mano de la compleja y muy posterior imaginería emblemática rosacruz. Y probablemente aquí podamos afirmar una diferencia fundamental entre la recepción de los textos platónico-herméticos en el corazón de Europa, con respecto a su interpretación mediterránea: la concepción decididamente gnóstica reflejada en los trabajos de Paracelso, Boehme y Weigel, tan fuertemente criticada por sus detractores, ya sean luteranos o jesuitas. Esta dimensión supuestamente gnóstica sería puesta de manifiesto por influencia de la mística renano-flamenca, y en particular con el Maestro Eckhart, como en efecto daban por sentado algunos luteranos ortodoxos refiriéndose a la obra de Weigel Ein nützliches Tractätlein vom Ort der Welt (1613).

En cuanto a las diferencias fundamentales que podemos encontrar en este nuevo hermetismo de corte renacentista, con respecto a sus precedentes tardoantiguos, previamente hay que dejar claro lo evidente: el Renacimiento es una recuperación y (ya lo hemos dicho), una labor sostenida de filología durante el tránsito de los siglos XV al XVI; aderezada y matizada por el florecimiento cultural que supuso el círculo de Chartres.
El hermetismo en la Antigüedad Tardía es una piedad más inserta en ese heterogéneo cúmulo de filosofías y piedades que Festugière denomina “mística helenística”; y en ese particular caldo de cultivo se desarrollaría la labor de los “filósofos herméticos” durante los primeros siglos de nuestra era: era una gnosis en sentido lato que aunaba elementos del estoicismo con el medioplatonismo; y en este sentido, podemos observar un acercamiento paulatinamente evidente hacia la dialéctica gnóstica, a medida que nos acercamos al siglo III. Ese Dios inmanentista que vivía en el corazón del anthropos devendría al Dios Hipercósmico que trascendía al mundo material, como podemos comprobar en los textos herméticos de Nag Hammadi, precisamente el único testimonio egipcio que nos queda de esta particular doctrina helenística.
Pues bien, el Renacimiento retomará esta literatura hermética tardoantigua, pero velada por dos tamices fundamentales: la visión y la opinión de los Padres de la Iglesia (Tertuliano, Pseudo Justino, Arnobio, Lactancio, San Agustín[10]), y la labor bizantina de transmisión de los textos platónicos y neoplatónicos (recordemos que lo que conocemos como Corpus Hermeticum no es más que una recopilación medieval, transmitida al Occidente Latino junto al resto del corpus platónico y otros autores antiguos por hombres como Gemisto Pletón y el Cardenal Bessarión, ya en pleno Renacimiento). Y aquí precisamente radica una de las diferencias fundamentales con respecto al Corpora Hermetica tardoantiguos: el hermetismo renacentista es un hermetismo que trató primero de ubicarse en la cristiandad romana (Ficino, Pico, Reuchlin, Campanella, Plessis-Mornay[11], Lazarelli[12] o Servet[13] son buenos ejemplos) y en la Prisca Theologia (Steuco[14], Mennens[15]), para después ser plenamente reinterpretado por plumas como las de Paracelso[16], Bruno, Khunrath, della Riviera, o Patrizi, con el objeto de ser convertido en una fuerza teológica reformadora de grandes dimensiones, siempre desde posiciones platónicas y “heterodoxas”. Este carácter reformador perseguía el objetivo de remover los cimientos escolásticos de la paideia de la Baja Edad Media europea[17], y elaborar un cuerpo de doctrina novedoso que sirviera como basamento para una hipotética unificación religiosa en una Europa cada vez más dividida en términos políticos y religiosos. Asimismo, y de manera tangencial, el hermetismo ayudó al desarrollo de lo que hoy conocemos como ciencia moderna, de una manera directa (como en el caso de Patrizi y su Nova de Universis Philosophia, o Paracelso y su intento de reelaboración de una ciencia galénica maltrecha), o más generalizadamente y de forma indirecta a través de su continuada labor de crítica contra la filosofía escolástica, a través de autores como Severinus, Dorn, Ardnt, Suchten, Khunrath[18] o Patrizi de nuevo.

Ediciones renacentistas de los Hermetica filosóficos

Las ediciones de los Hermetica filosóficos en el Renacimiento, fueron uno de tantos frutos derivados del esfuerzo de traducción y comprensión filológico-filosófica perpetrado por los humanistas durante el siglo XV, y que llevaría a la mayor parte de los autores griegos de la Antigüedad a ser conocidos por sus contemporáneos en un texto latino asequible para la población culta de Europa Occidental. Entre estos autores contamos con nombres tan reconocibles como Lucrecio, Luciano, Plutarco, Plotino, Jámblico, Epicteto, Marco Aurelio, Proclo, o el mismo Platón, completando la titánica tarea de recrear un cuerpo de literatura neo-latina como jamás se había visto desde finales de la Antigüedad[19]. Tales traducciones fueron promovidas por numerosos mecenas, entre los que encontramos al Papa Nicolás V, o a los Medici; de entre esta última gens principesca, y a los efectos de esta conferencia, tenemos que citar a Cosimo de' Medici, Pater Patriae (1389-1464), bajo cuyo patronazgo fue editada la primera edición completa del Corpus Hermeticum, traducida de un manuscrito griego por Marsilio Ficino. Y por supuesto, como inspirador y de algún modo mecenas “espiritual” de esta labor filológica, tenemos que citar al Cardenal Bessarión, cuya generosa donación de códices bizantinos a la Biblioteca de San Marcos, convertiría a Venecia en uno de los mayores focos eruditos de Europa.

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