viernes, 26 de diciembre de 2014

Tractatus Animae

“-¿Quieres que admitamos dos especies de realidades, una visible y otra invisible?
—Admitámoslo.
—¿Y que la invisible siempre se encuentra en el mismo estado, mientras que la visible nunca lo está?
—Admitamos también esto -respondió Cebes."
Platón, Fedón, 79a.

Valga esta nueva entrada como felicitación navideña y despedida del año; pero hoy, más que departir alegremente sobre herméticas y esotéricas cuestiones, me decantaré por elaborar una férrea defensa de las herramientas de las que dispone el escritor para comunicarse consigo mismo y el lector, —ayer mismo quedé absorto contemplando a Gabriel García Márquez hablar de la “carpintería” en la televisión, refiriéndose a aquellos recursos de los que hace gala el literato para “hipnotizar” a sus lectores, con la serpentina finalidad de que no pueda despegar sus ojos del papel. Y ello me hizo reflexionar sobre el oficio de escribir, la literatura y su universo. Nosotros los escritores, y no tome el exabrupto como un arrebato de arrogancia acérrima, se lo ruego, no somos más que trabajadores y artesanos de la palabra; nuestro mundo danza allende la creación, el ritmo y el trazo, y por ese motivo no entendemos cómo las autoridades finlandesas destierran de su plan de estudios a la caligrafía o cómo el libro en papel va quedando relegado, al menos en los discursos “oficiales”. Probablemente pudiera yo acudir a sesudos informes, estudios y conclusiones emitidos por reputados y egregios especialistas, con el fin revestir mi posición de no sé qué prurito legitimador, mas permítanme que pase porque bien sé lo que me digo.
Concienzudamente clasificadas, conservo cientos de libretas escritas con mi puño y letra, debido a que en ningún momento me he permitido el lujo de abandonar mis preciosos y queridos libros de papel a favor de la fría digitalización. Esa sería una tarea estéril e imposible para un escritor que se precie. Estimado lector, le animo a que vea extraordinarios filmes como Finding Forrester (2000) o que lea las cartas que Van Gogh le dirigía a su querido hermano Theo, o bien aquellas benditas diez epístolas que dedicó Rainer Maria Rilke a un colega escritor. En todo descubrirá de qué va el precioso, íntimo y solitario oficio de escribir, crear y amar. Es más, puedo decir que mi devoción principal es por el estudio del libro ilustrado, desde la Edad Media a nuestros días, precisamente porque conjuga mis dos pasiones más enraizadas: la escritura y la pintura.
Aquello que sale de nuestras manos desnudas y aquello que podemos palpar, oler, manosear y rayar, nos deja y dejará una impresión tal que ninguna pantalla de ordenador, táctil o lo que fuere, podrá jamás igualársele, y mucho más durante el proceso de maduración orquestado durante la infancia y la primera juventud. Cuestión distinta constituye el hecho cierto de que los derroteros históricos discurran actualmente por los fríos y grises senderos del automatismo, el economicismo y la tecnificación, pero debemos fijarnos muy mucho en lo que hacemos, dado que en virtud del mismo argumento estaremos educando a personas sin juicio, intimidad, talento, capacidad de adaptación y, en fin, carentes de aquellas facultades básicas adheridas a la inteligencia y al arte, cuales son la memoria, el cálculo, el entendimiento y la creatividad. ¿Todo eso nos lo da la caligrafía, acaso la escritura en papel? No alberguen ni la menor duda de ello; es más, puedo afirmar con exacta rotundidad que yo mismo soy capaz de describir a una persona en función de su letra… grafologías aparte. Y las caligrafías que veo últimamente en los más jóvenes me dejan estupefacto, francamente. 

Llevado por el mismo razonamiento, compruebo con cierta preocupación que la rebeldía consciente e ilustrada y el ansia de cambio y renovación, ya no juegan un papel destacado en nuestras sociedades; sí, hay muchas manifestaciones y se alzan “movimientos sociales” aquí y allá, y claro está, vemos en las noticias y por la calle a energúmenos ocasionales arrojando contenedores a la policía y a demagogos chupando cámara, pero naturalmente no me refiero a eso. Me refiero a la figura del artista salvaje, el científico irreverente y el filósofo rebelde, y en definitiva, a las eternas voces discordantes que convencen a las nuevas generaciones de que el mundo apesta y es nuestra obligación cambiarlo, y no precisamente haciendo uso de la rabia y la estupidez, sino con pasión y nuevas ideas, revistiéndonos de ética y estética.
“No te pierdas, Iván, que bien sabemos que estabas parloteando sobre la caligrafía y no sé qué historias”, podría pensar el avezado lector, mas permítame aseverar que en ningún momento he torcido mi argumentario, sino que muy al contrario sostengo que en el proceso de formación de la individualidad, cosas como la intimidad, la soledad y la reflexión, acaban por generar individuos más conscientes de sí mismos y de lo que les rodea, y por ende más capacitados para dirigir convenientemente el timón de las sociedades, azorado por la marea de la alienación y el aislamiento inherentes a la idea fundacional de nuestra civilización hiperindustrializada y tecnificada. ¿Que predico en el desierto? Me da lo mismo, amigos; lo único que me concierne es lo bueno, lo bello y lo justo. Desde mi punto de vista, nuestra civilización se dirige peligrosamente a las aguas poco profundas, estancadas y enlodadas de la comodidad y la medianía, y no tengan dudas de que nuestros hijos, en viendo la locura que campa en derredor, terminarán por acomodarse a ella, soltando el lastre de la rebeldía, que en todo caso implica sufrimiento y renacimiento, para abrazar con mediocre y lerda sonrisa una nueva realidad en la que la fuerza física y moral y la regeneración no sean más que los susurros de voces nostálgicas. ¡Aguarden! Oigo un eco lejano bramando en lontananza… se trata nada menos que las palabras de Heródoto en VIII, 26.3, por boca del persa Tritantecmes: “¡Ay, Mardonio, contra qué clase de gente nos has traído a combatir! ¡No compiten por dinero, sino por excelencia!” Hagamos, pues, como nuestros antepasados los griegos.
En relación a esto, a menudo pienso en uno de mis padres espirituales, John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), quien durante el siglo pasado elaboró una de las sagas épicas más perfectas y complejas de la Historia de la Literatura; su obra fue nada menos que un tributo al brillo inimitable de la naturaleza, y a la integridad, valentía y honestidad de los individuos sencillos. Los fuegos de la industria y el ansia de poder de los tiranos se enfrentaban así a la esfera íntima de la persona, quebrando los diques de la bondad esencial del mundo. Pues bien, este viejo profesor de Oxford acabaría por “hipnotizar” a millones de lectores, haciendo buen uso de sus vastos conocimientos paleográficos y filológicos, y a su incontenido e indisimulado amor por la palabra escrita. Y sin embargo bien me temo que su legado quedará emborronado por la irrupción de la vulgaridad cinematográfica y la cultura pop, acaudilladas por un Hollywood a menudo ramplón y oneroso. Pregunto: ¿serán capaces nuestros retoños de devorar con fruición sus libros, tal y como nosotros hicimos?, ¿acaso de conocer al hombre que yace bajo el suave candor de sus páginas? Los que nos dedicamos al mundo académico y aquellos que hacen lo propio desde la enseñanza, somos conscientes de que esto se nos va de las manos, de que estamos criando monstruitos que buscan antes sacar un diez que aprehender el sentido de los libros. Vidas sin alma difíciles de justificar que se decantarán por lo práctico en detrimento de lo verdadero, que como Saint-Exupéry y Platón conocían, es algo “invisible a los ojos”. Y paradójicamente, en esta loca cruzada por obtener un expediente perfecto y animados por orgullosos e inconscientes papás, acabarán por perder toda capacidad creativa e investigadora.
En suma, el fracaso y abandono de las humanidades devendrán en la sutil, sibilina y secreta dictadura del hedonismo barato y el orden vigilado, no tengan dudas de ello; y por su parte, la irrupción del criterio economicista y supuestamente práctico en el mundo académico y educativo, a la banalización de la vida humana y su sagrada fuerza de trabajo. De todos modos, y aunque lo parezca, no soy pesimista, sé que el ritmo mismo de la vida nos ofrece cambios vertiginosos y quiebros inesperados, y a ellos me debo. Por lo demás, creo firmemente en el individuo, no en la masa, como ya hiciera el irónico e incorregible Jonathan Swift, y espero que entre todos logremos estabilizar la ciega maquinaria de la locura a tiempo.
Por cierto que detengo indefinidamente las publicaciones pendientes, debido a la mundanal presión que ejercen el trabajo, los estudios, la familia, los gatos, etcétera. Habrá mejor ocasión de desplegar nuestra hermética magia, ya lo verán. Confío en que 2015 sea un año fructífero, y planeo decantarme esta vez por lides algo más cercanas a nuestra época contemporánea; hay muchas cosas que decir en todo lo relacionado con el ocultismo. Ah, y nuestro dominio studiahermeticajournal.com ha dejado de funcionar temporalmente; que a ningún listillo se le ocurra hacer réquiems por eso, no en vano studiahermetica.com continúa funcionando.
Le deseo una feliz Navidad y un ubérrimo Año Nuevo, estimado lector. Gracias por seguir ahí.