viernes, 26 de diciembre de 2014

Tractatus Animae

“-¿Quieres que admitamos dos especies de realidades, una visible y otra invisible?
—Admitámoslo.
—¿Y que la invisible siempre se encuentra en el mismo estado, mientras que la visible nunca lo está?
—Admitamos también esto -respondió Cebes."
Platón, Fedón, 79a.

Valga esta nueva entrada como felicitación navideña y despedida del año; pero hoy, más que departir alegremente sobre herméticas y esotéricas cuestiones, me decantaré por elaborar una férrea defensa de las herramientas de las que dispone el escritor para comunicarse consigo mismo y el lector, —ayer mismo quedé absorto contemplando a Gabriel García Márquez hablar de la “carpintería” en la televisión, refiriéndose a aquellos recursos de los que hace gala el literato para “hipnotizar” a sus lectores, con la serpentina finalidad de que no pueda despegar sus ojos del papel. Y ello me hizo reflexionar sobre el oficio de escribir, la literatura y su universo. Nosotros los escritores, y no tome el exabrupto como un arrebato de arrogancia acérrima, se lo ruego, no somos más que trabajadores y artesanos de la palabra; nuestro mundo danza allende la creación, el ritmo y el trazo, y por ese motivo no entendemos cómo las autoridades finlandesas destierran de su plan de estudios a la caligrafía o cómo el libro en papel va quedando relegado, al menos en los discursos “oficiales”. Probablemente pudiera yo acudir a sesudos informes, estudios y conclusiones emitidos por reputados y egregios especialistas, con el fin revestir mi posición de no sé qué prurito legitimador, mas permítanme que pase porque bien sé lo que me digo.
Concienzudamente clasificadas, conservo cientos de libretas escritas con mi puño y letra, debido a que en ningún momento me he permitido el lujo de abandonar mis preciosos y queridos libros de papel a favor de la fría digitalización. Esa sería una tarea estéril e imposible para un escritor que se precie. Estimado lector, le animo a que vea extraordinarios filmes como Finding Forrester (2000) o que lea las cartas que Van Gogh le dirigía a su querido hermano Theo, o bien aquellas benditas diez epístolas que dedicó Rainer Maria Rilke a un colega escritor. En todo descubrirá de qué va el precioso, íntimo y solitario oficio de escribir, crear y amar. Es más, puedo decir que mi devoción principal es por el estudio del libro ilustrado, desde la Edad Media a nuestros días, precisamente porque conjuga mis dos pasiones más enraizadas: la escritura y la pintura.
Aquello que sale de nuestras manos desnudas y aquello que podemos palpar, oler, manosear y rayar, nos deja y dejará una impresión tal que ninguna pantalla de ordenador, táctil o lo que fuere, podrá jamás igualársele, y mucho más durante el proceso de maduración orquestado durante la infancia y la primera juventud. Cuestión distinta constituye el hecho cierto de que los derroteros históricos discurran actualmente por los fríos y grises senderos del automatismo, el economicismo y la tecnificación, pero debemos fijarnos muy mucho en lo que hacemos, dado que en virtud del mismo argumento estaremos educando a personas sin juicio, intimidad, talento, capacidad de adaptación y, en fin, carentes de aquellas facultades básicas adheridas a la inteligencia y al arte, cuales son la memoria, el cálculo, el entendimiento y la creatividad. ¿Todo eso nos lo da la caligrafía, acaso la escritura en papel? No alberguen ni la menor duda de ello; es más, puedo afirmar con exacta rotundidad que yo mismo soy capaz de describir a una persona en función de su letra… grafologías aparte. Y las caligrafías que veo últimamente en los más jóvenes me dejan estupefacto, francamente. 

Llevado por el mismo razonamiento, compruebo con cierta preocupación que la rebeldía consciente e ilustrada y el ansia de cambio y renovación, ya no juegan un papel destacado en nuestras sociedades; sí, hay muchas manifestaciones y se alzan “movimientos sociales” aquí y allá, y claro está, vemos en las noticias y por la calle a energúmenos ocasionales arrojando contenedores a la policía y a demagogos chupando cámara, pero naturalmente no me refiero a eso. Me refiero a la figura del artista salvaje, el científico irreverente y el filósofo rebelde, y en definitiva, a las eternas voces discordantes que convencen a las nuevas generaciones de que el mundo apesta y es nuestra obligación cambiarlo, y no precisamente haciendo uso de la rabia y la estupidez, sino con pasión y nuevas ideas, revistiéndonos de ética y estética.
“No te pierdas, Iván, que bien sabemos que estabas parloteando sobre la caligrafía y no sé qué historias”, podría pensar el avezado lector, mas permítame aseverar que en ningún momento he torcido mi argumentario, sino que muy al contrario sostengo que en el proceso de formación de la individualidad, cosas como la intimidad, la soledad y la reflexión, acaban por generar individuos más conscientes de sí mismos y de lo que les rodea, y por ende más capacitados para dirigir convenientemente el timón de las sociedades, azorado por la marea de la alienación y el aislamiento inherentes a la idea fundacional de nuestra civilización hiperindustrializada y tecnificada. ¿Que predico en el desierto? Me da lo mismo, amigos; lo único que me concierne es lo bueno, lo bello y lo justo. Desde mi punto de vista, nuestra civilización se dirige peligrosamente a las aguas poco profundas, estancadas y enlodadas de la comodidad y la medianía, y no tengan dudas de que nuestros hijos, en viendo la locura que campa en derredor, terminarán por acomodarse a ella, soltando el lastre de la rebeldía, que en todo caso implica sufrimiento y renacimiento, para abrazar con mediocre y lerda sonrisa una nueva realidad en la que la fuerza física y moral y la regeneración no sean más que los susurros de voces nostálgicas. ¡Aguarden! Oigo un eco lejano bramando en lontananza… se trata nada menos que las palabras de Heródoto en VIII, 26.3, por boca del persa Tritantecmes: “¡Ay, Mardonio, contra qué clase de gente nos has traído a combatir! ¡No compiten por dinero, sino por excelencia!” Hagamos, pues, como nuestros antepasados los griegos.
En relación a esto, a menudo pienso en uno de mis padres espirituales, John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), quien durante el siglo pasado elaboró una de las sagas épicas más perfectas y complejas de la Historia de la Literatura; su obra fue nada menos que un tributo al brillo inimitable de la naturaleza, y a la integridad, valentía y honestidad de los individuos sencillos. Los fuegos de la industria y el ansia de poder de los tiranos se enfrentaban así a la esfera íntima de la persona, quebrando los diques de la bondad esencial del mundo. Pues bien, este viejo profesor de Oxford acabaría por “hipnotizar” a millones de lectores, haciendo buen uso de sus vastos conocimientos paleográficos y filológicos, y a su incontenido e indisimulado amor por la palabra escrita. Y sin embargo bien me temo que su legado quedará emborronado por la irrupción de la vulgaridad cinematográfica y la cultura pop, acaudilladas por un Hollywood a menudo ramplón y oneroso. Pregunto: ¿serán capaces nuestros retoños de devorar con fruición sus libros, tal y como nosotros hicimos?, ¿acaso de conocer al hombre que yace bajo el suave candor de sus páginas? Los que nos dedicamos al mundo académico y aquellos que hacen lo propio desde la enseñanza, somos conscientes de que esto se nos va de las manos, de que estamos criando monstruitos que buscan antes sacar un diez que aprehender el sentido de los libros. Vidas sin alma difíciles de justificar que se decantarán por lo práctico en detrimento de lo verdadero, que como Saint-Exupéry y Platón conocían, es algo “invisible a los ojos”. Y paradójicamente, en esta loca cruzada por obtener un expediente perfecto y animados por orgullosos e inconscientes papás, acabarán por perder toda capacidad creativa e investigadora.
En suma, el fracaso y abandono de las humanidades devendrán en la sutil, sibilina y secreta dictadura del hedonismo barato y el orden vigilado, no tengan dudas de ello; y por su parte, la irrupción del criterio economicista y supuestamente práctico en el mundo académico y educativo, a la banalización de la vida humana y su sagrada fuerza de trabajo. De todos modos, y aunque lo parezca, no soy pesimista, sé que el ritmo mismo de la vida nos ofrece cambios vertiginosos y quiebros inesperados, y a ellos me debo. Por lo demás, creo firmemente en el individuo, no en la masa, como ya hiciera el irónico e incorregible Jonathan Swift, y espero que entre todos logremos estabilizar la ciega maquinaria de la locura a tiempo.
Por cierto que detengo indefinidamente las publicaciones pendientes, debido a la mundanal presión que ejercen el trabajo, los estudios, la familia, los gatos, etcétera. Habrá mejor ocasión de desplegar nuestra hermética magia, ya lo verán. Confío en que 2015 sea un año fructífero, y planeo decantarme esta vez por lides algo más cercanas a nuestra época contemporánea; hay muchas cosas que decir en todo lo relacionado con el ocultismo. Ah, y nuestro dominio studiahermeticajournal.com ha dejado de funcionar temporalmente; que a ningún listillo se le ocurra hacer réquiems por eso, no en vano studiahermetica.com continúa funcionando.
Le deseo una feliz Navidad y un ubérrimo Año Nuevo, estimado lector. Gracias por seguir ahí.

  

lunes, 3 de noviembre de 2014

The Egyptian Hermes

Comienza la etapa de ajetreo en Studia Hermetica, etapa en la que espero poder publicar un número monográfico de la revista y un nuevo eXcogito dossier, así como preparar otro evento académico-artístico en Granada junto con mi buen amigo el Dr. Francisco Villalobos. Son muchas cosas, lo sé, pero precisamente a eso dedico los meses anteriores del año: a leer, pensar y mantenerme al día en esto de la investigación y la teoría y práctica del humanismo. Durante el presente año he tenido la oportunidad de dejar volar mi imaginación, dar rienda suelta al niño y al loco que todos llevamos dentro, y en fin, a otros menesteres mundanos que huelga relatar. Ha sido un año bonito, para experimentar y ver cosas nuevas.

Quiero aprovechar esta nueva entrada del cuaderno para dar la bienvenida a dos miembros más en Studia Hermetica Journal: el Sr. Alfredo Tiemblo Magro, investigador de las movedizas lides del mundo de ultratumba antiguo y al Dr. Ronaldo Guilherme Gurgel Pereira, un egiptólogo dedicado a dilucidar las conexiones entre el Egipto antiguo y el tardoantiguo, tomando como nexo el hermetismo, a modo de fenómeno intercultural. Y sobre la estupenda labor de este último deseo centrarme, dado que he confeccionado una reseña crítica sobre su tesis doctoral, The Hermetic λóγος: Reading the Corpus Hermeticum as a Reflection of Graeco-Egyptian Mentality (Universität Basel, 2010). Me ha sorprendido gratamente el hecho de que aún hoy sea capaz de encontrarme con nuevas caras en esto del hermetismo, investigadores que iniciaron su andadura más o menos a la vez que yo, y que de no ser por la red, dudosamente habría conocido. Este underworld académico que supone el estudio de la filosofía hermética no deja de apasionarme, y de generarme simpatías y antipatías.
¿Qué se puede decir hoy sobre el hermetismo tardoantiguo que no haya sido repetido hasta la saciedad por otro colega investigador? ¿Es un campo inexplorado, virgen? Responderé a estas preguntas con sendos adverbios: “poco” y “no”. En esto del hermetismo filosófico-técnico en la Antigüedad necesitamos urgentemente nuevas perspectivas basadas en elementos tangibles; necesitamos nuevos textos y hallazgos arqueológicos y que los investigadores inmersos en este maravilloso mundo estén preparados para afrontar nuevos retos. Durante estos años de profundo estudio y reflexión, me he hartado de leer las mismas cosas en obras de autores muy distintos, y creo que ya basta de eso. La Egiptología debe dar un paso al frente, y el Dr. Gurgel es, desde mi punto de vista, una digna respuesta a esa petición. Por cierto que me he permitido la libertad de extender más de lo debido la reseña, porque estoy seguro de que los investigadores y aficionados a la materia van a agradecer una mayor minuciosidad en la descripción de esta interesante obra.
No quiero repetirme tampoco yo, y por eso remito al lector a mi artículo “Hermetismo, neoplatonismo y teúrgia”, que por cierto he subido a mi página de investigador en Academia.edu. En este trabajo (hace ya un lustro, ¡cómo pasa el tiempo!), ponía de manifiesto estas y otras ideas similares, y a pesar de que sigo suscribiendo lo escrito, permítanme añadir nuevos condimentos a la receta, y en particular lo concerniente al trabajo arqueológico.
Tengan en cuenta que el Egipto que tenemos en mente es en buena parte el fruto de una idealización que no ayuda a resolver el acertijo que nos ocupa, luego corresponde a los grupos de investigación arqueológica y a los historiadores del pensamiento trabajar juntos, o se corre el riesgo de caer en vanos soliloquios academicistas que sirven antes para que profesores de universidad abotargados vayan cumpliendo con sus trámites administrativos, que como un verdadero revulsivo en nuestro conocimiento (científico) del fenómeno.

A ver, centrémonos, porque Egipto es un país muy grande y no conviene perderse: ¿dónde se concentraba la población grecorromana en nuestra Antigüedad Clásica y Postclásica? Y a la luz de los hallazgos arqueológicos, ¿dónde radicaron sus centros intelectuales, más allá de Alejandría? Más fácil todavía, y centrándonos siempre en el Egipto Ptolemaico, Romano y Bizantino: ¿cuáles son los grupos de investigación arqueológica que están trabajando actualmente sobre el terreno?, ¿dónde lo están haciendo? (o ¿dónde lo hicieron?).
Pues bien, en lo que respecta al Delta y al Egipto Medio, nos vienen a la mente topónimos como los de Behbeit el-Hagar, Quesna, Kom el-Dikka, Wadi al-Natrun, El Fayum y localidades aledañas como Naqlun o Tebtunis y Oxirrinco; es en este último emplazamiento donde la Egypt Exploration Society (http://www.ees.ac.uk/), a través de su rama grecorromana despliega una valiosísima actividad en lo que se refiere a la clasificación y traducción papirológica. Consúltese también el Ancient Lives Project, diseñado para desvelar los secretos contenidos en la ingente cantidad de papiros hallados en el área. La Universidad de Barcelona cuenta con un grupo de arqueólogos que ha trabajado sobre el terreno recientemente.

En cuanto al Alto Egipto, nos encontramos con nombres tan reconocibles como los de Hermópolis Magna, Nag Hammadi, Athribis, Gebel el-Haridi, o Sohag (el monasterio de Shenoute); es este último emplazamiento el que encuentro especialmente inspirador.

No me cansaré de repetirlo: como historiadores de este fenómeno llamado “hermetismo” debemos echar mano de una pléyade de scholars que sobrepasa los estrechos márgenes de la especialización, y aquí no hago exclusiva mención de la Egiptología, sino también del mundo investigador relacionado de un modo u otro con la lengua y la cultura coptas (nos referimos aquí a la Historiografía Copta o la Coptología), donde nos encontramos con la labor de un viejo conocido en nuestro campo de estudio: Alberto Camplani, quien desarrolla una labor encomiable para la Asociación Internacional de Estudios Coptos, cuyo último Congreso Internacional en 2012 reunió a lo más granado de esta compleja área de conocimiento. No tengan dudas de que el entendimiento de la gnosis hermética vendrá de la mano de este campo de investigación, como ya se constató tras la traducción de los códices de Nag Hammadi. Permítanme que destaque aquí un extracto de las conclusiones del mencionado congreso, a cargo de Stephen J. Davis (“History and Historiography in Coptic Studies, 2004–2008”, p. 9):
“Frankfurter’s book challenged long-held assumptions about a late ancient decline experienced by traditional Egyptian temple cults. He argues that—far from dying out indigenous cultic practice remained alive, even as its locus moved outside the temple precincts into the Egyptian chora”. 
Existen sutiles relaciones entre los monasterios coptos de la Antigüedad, los escritos gnósticos, el cristianismo primitivo y sus liturgias, las creencias escatológicas y soteriológicas que impulsaron a la población grecorromana a ser momificada y retratada durante la Antigüedad Tardía en el área de El Fayum, y ese complejo fenómeno que llamamos "hermetismo". Se trata de un puzle que seremos capaces de resolver cuando nos pongamos a trabajar juntos y cuando expandamos nuestra perspectiva más allá de fuentes y bibliografías manidas. Además, tengan en cuenta que no sólo se trata de explicar tal o cual forma de pensar pretérita, sino de comprender el espíritu de todo un pueblo... Porque el hermetismo es vástago de su propia madre patria: un Egipto inundado, y no por las turbias aguas del Nilo, sino por el torrente cristalino de nuevas formas de pensamiento, de mil y un extranjeros llegados de tierras distantes dispuestos a modificar, preservar u olvidar las antiguas costumbres de una población dotada de un trasfondo histórico que aún hoy cuesta imaginar.
Les invito a mirar fijamente a los rostros de El Fayum: en ellos comprobarán la idiosincrasia de una región muy especial del Imperio Romano que durante siglos habló con su propia voz, y uno de sus muchos discursos fue nada menos que esta nuestra hermética filosofía.
Investigadores como Roger S. Bagnall, James E. Goehring, J. H. F. Dijkstra, Jason Zaborowski, David Frankfurter, Jacques van der Vliet, Gawdat Gabra, Gregor Wurst, Peter Parsons, Cristina Riggs, Iwona Zych, entre muchos otros, están siendo los encargados de reconstruir una imagen aproximada del Egipto de esos siglos tardíos de nuestra Antigüedad grecorromana y bizantina, y en fin, no puedo más que seguir atento a sus interesantísimas publicaciones y recomendarles a ustedes, estimados lectores, que hagan lo mismo.

La próxima vez que escriba de nuevo en este cuaderno de notas será para anunciar nuestras próximas publicaciones... si todo va según lo previsto, naturalmente. 

domingo, 15 de junio de 2014

Academia Studia Hermetica


Estimados lectores:
Retomo este cuaderno de notas digital para airear que Studia Hermetica cuenta desde hace unos meses con su propia dimensión educativa, con su propia ἀκαδήμεια. Y no, no se trata de una academia de estudios herméticos o esotéricos; como ya dejaba claro en mi particular “campaña de mecenazgo”, esta clase de iniciativas quedan fuera de mis intereses y propósitos. En relación a esto, recuerdo que el Dr. Carlos Gilly me dijo una vez que toda labor histórica desvinculada de técnicas como la Paleografía, la Epigrafía, la crítica textual, o el estudio de las lenguas clásicas, no es capaz de producir más que florecillas. Y estaba en lo cierto, qué duda cabe, pero yo añadiría a este recuento la capacidad de abstracción filosófica y la erudición que le compete, es decir, aquella facultad en virtud de la cual alguien es capaz de comprender correctamente un concepto filosófico; y hablo tanto de su profundidad semántica como del recorrido histórico que le es consustancial. Es más, desde mi punto de vista las carencias de una u otra realidad traen consigo que el trabajo actual de los humanistas se esté viendo progresivamente mermado en según qué círculos. En otras palabras, durante estos años he tenido la oportunidad de leer trabajos malogrados, desvinculados de una labor filológica o histórico-crítica que debió ser esencial, y asimismo perfectas joyas de corrección filológica absolutamente vacías de contenido semántico, debido a la falta de preparación filosófica de su autor. Y no se puede escapar a esto alegando que uno está dedicado a una ciencia y el otro, pues a otra. ¡No os evadáis del argumento, pillos! Ser humanista supone una especial clase de locura que no puede ni debe escapar al sentido de esta palabra: http://lema.rae.es/drae/?val=holismo
Ahondando en la misma idea, no puedo ni quiero entender cuando algún colega especialista me dice que el contenido de tal y cual trabajo es filosófico y no historiográfico, basándose en el mero hecho de que el primero analiza textos filosóficos, religiosos, místicos, o de “teoría de la ciencia” del pasado, y los segundos se centran en una vasija hallada en Cartagena. Esto, amigos míos, no evidencia más que un décalage intolerable entre formas de aproximación equivalentes, y pone de manifiesto las carencias formativas del actual sistema universitario, del sistema educativo en general. Y en este caso no hablo de España solamente. ¿Cuántas veces he asistido a vacuos ejercicios de autobombo académico, de esos en los que un especialista habla por vigésimo quinta vez de las magníficas teorías de fulano y mengano y de sus interesantísimas publicaciones, y de cómo los especialistas en tecno-macro-demo-eco pararreligionismo han debatido tal o cual de entre sus propuesta con júbilo, y de cómo los para-por-según-sin-so metaesotéricos les criticaban? Ad fontes, colegas, y de paso volved a leer a ese genio irónico que fue Lem.
O mejor rebajo mi acidez: al menos a mí no me interesa determinado estudio historiográfico que pretende recubrir con formas de pensamiento moderno realidades históricas lejanas, alegando para ello que toda otra forma de encarar el asunto es “empirista”, “anticuada”, “memorística” o “positivista”. ¿Estáis de broma?
Por otra parte, tengo que decir que estoy algo decepcionado con el mundo académico actual; en no pocas ocasiones es más importante conocer y hacer la pelota a la gente adecuada, que llevar a cabo un buen trabajo de investigación. ¿En qué tribu me ubico yo? En la de mi casa y mis gatos. ¿A quién conozco? A los búhos y sus travesuras. Lo demás me trae al pairo: que cada uno pierda el tiempo con lo que le plazca, pero les aseguro que lo único importante es el contenido, no el continente. No en vano tanto Sócrates como Diógenes buscaban νδρες por Atenas, cada uno haciendo valer su propia linterna.
El trabajo intelectual conlleva mucha pasión y años de sacrificio. A alguien le dije una vez que las humanidades son una especie de monacato; una profesión poco valorada, mal pagada, marginada y por ende repleta de incompetentes y vividores. Y son poco valoradas debido al momento de gloria del que disfrutan actualmente los tecnócratas y los técnicos, llámense ingenieros, arquitectos, economistas, médicos o científicos; frente a los logros supuestamente tangibles de estos prohombres, las personas que se dedican a la enseñanza, a la ética y la estética, al arte, a la escritura, a la recuperación de la memoria, a la justicia y a la preservación del saber (es decir, a cuidar de los pilares básicos de toda sociedad civilizada), son vistos con ignorancia y desapego. Además, los humanistas nos vemos abocados a desempeñar en no pocas ocasiones trabajos escasamente especializados, absurdos y mal pagados. Y por si fuera poco, debido a esa tendencia espeluznante de países como el nuestro: “los listos a ciencias, los tontos a letras”, las aulas de las filologías, las filosofías, las historias, los derechos y las literaturas, se están llenando de futuros estultos, abúlicos, tiburoncillos, oligofrénicos y chupatintas. Y en fin, también de lo que denominaré “tecno-empollones”, es decir, de esa caterva intolerable de niñatos posmodernos competitivos e hipoglúcidos que acuden a las universidades a sacar dieces, onces, doces y títulos, antes que preocuparse en disfrutar de lo aprendido y de ser buenos profesionales en lo suyo.
Exagero deliberadamente porque de provocaciones vive el cambio… El trabajo intelectual aún se sigue viendo con respeto, y estamos ante una oportunidad inmejorable para preservar y perseverar en el estudio del pasado y la mejora del presente. Aprovechémosla.
Por este motivo, me ha parecido una iniciativa interesante proponer una manera de estudiar las lenguas clásicas sobre la base de los textos. Desvincular el estudio de la gramática y la lexicología de aquella literatura que le es propia, es como estudiar letra a letra una palabra ignorando su significado. Una tarea inútil que no conduce a ninguna parte. Toda reflexión sobre la lengua debe implicar dos cosas: literatura y filosofía. Sentido. Al menos estos son mis principios y sobre los mismos he fundado mi particular y privada “academia”.
En cuanto a la metodología de enseñanza, ya la adelantábamos: textos y gramática, nada del otro mundo. Mi forma de enseñar pretende ser integradora, tratando de analizar tanto los lexemas y los morfemas de las palabras, como el sentido y la ubicación histórica de las mismas. Por lo tanto, a la hora de dar apoyo en lenguas clásicas trato de hacer uso de algunas de las obras más representativas de cada periodo, con la salvedad del griego koiné, por aquello de integrar mi propio campo de investigación a la tarea.
Y a grandes rasgos, ¿de qué literaturas y lenguas estamos hablando? Pues principalmente de la literatura griega, la neogriega, la latina y la neolatina, es decir, de aquellas obras áticas encuadradas entre los siglos V y IV a. C., y de los textos escritos en koiné durante los extensos siglos de helenismo cultural; o bien de las obras maestras de la literatura latina escritas entre finales de la República y el nuevo esplendor alzado por la privilegiada y astuta mente de Caesar Augustus. Asimismo me gusta conferir protagonismo a la literatura renacentista ejecutada en littera antiqua. Yo adoro el Renacimiento y de sus jugosas obras he extraído muchas y sugerentes conclusiones.
Resumiendo, ¿sobre qué textos en particular pienso basarme con el fin de dar la vara al desnortado pupilo?:
Literatura griega
πολογία Σωκράτους, de Jenofonte.
Κρου νβασις, del mismo autor.
Y los textos integrados en la “Antología” (los estudiantes de Segundo de Bachillerato saben de lo que hablo).
Literatura latina
De bello gallico, de Cayo Julio César.
Commentarii de bello civili, del mismo autor.
Oratio in Catilina, de Marco Tulio Cicerón.
Aeneis, de Publio Virgilio Marón.
Bellum Iugurthinum, de Gayo Salustio Crispo.

Con respecto a aquellas personas que ya tengan nociones de latín y de griego y deseen saber más acerca de mis campos de estudio, la cosa cambia. En cualquier caso valoraré las peticiones individualmente e incrementaré mis honorarios en consecuencia.
Literatura neogriega (ἡ κοινὴ γλῶσσα)
Aquellas personas que ya dispongan de nociones en lengua griega, podrán optar por aprender la “lengua común” haciendo uso de sus textos más representativos, o bien de aquellos que lindan con mi hermético campo de estudio. Principalmente estos dos que siguen:
Corpus Hermeticum.

Literatura neolatina:
Stultitiae Laus, de Erasmo de Rotterdam.
Enchiridion Militiis Christiani, de Erasmo de Rotterdam.
De linguae latinae elegantia, de Lorenzo Valla.

El estudio de las lenguas clásicas ha experimentado grandes avances en las últimas décadas, precisamente criticando sus postulados fundamentales de enseñanza; y yo hago mías esas críticas (con toda humildad, dado que no soy filólogo). Menciono aquí la labor de especialistas como Hans Ørberg, Luigi Miragli, Alfonso López Quintás, Carlos Martínez Aguirre o Cristophe Rico, cuyos métodos de enseñanza y obras tratan de apartar el aprendizaje de las lenguas clásicas y su trasfondo histórico-filosófico de tristes y estériles letanías memorísticas, acercando la enorme riqueza cultural de nuestros maiores a los jóvenes estudiantes de modo natural. Concretamente recomiendo la lectura de Come (non) si insegna il latino”, del Dr. Miragli, con quien estoy al cien por cien de acuerdo; y en relación con la lengua griega, recomiendo la lectura de la obra La extraña odisea. Confesiones de un filólogo clásico. Qué quieren que les diga, me quito el sombrero ante la valentía y la creatividad de estos grandes humanistas, que contra viento y marea tratan de reflotar el estudio del mundo clásico. Porque, amigos míos, una persona culta es una persona dotada de cultura clásica, los demás no son más que μορωσοφος.

En cuanto a mis proyectos para este año, tengo que decir que estoy trabajando en un nuevo número monográfico para SHJ (su publicación acontecerá en torno a finales del presente año), en un artículo para Azogue y en fin, en alguna que otra sorpresa. Estad atentos.



sábado, 19 de abril de 2014

Noche Oscura del Alma

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.                 

Estoy enamorado de Castilla y León; algo en mi vida, en mi alma, me impulsa a seguir yendo allí. A visitar sus castillos, monasterios, iglesias, archivos y bibliotecas. Sus campos eternos y monótonos, la aridez de sus gentes, y la agreste sensación de lo conciso, lo frugal y lo sobrio, me embelesan. Algo, en suma, hace que la añore. Y eso mismo me ha vuelto a ocurrir en una reciente e intensa visita a Segovia. El Alcázar era mi referente (aparte del todopoderoso Acueducto, naturalmente), siendo como es la inspiración para el recentísimo Neuschwanstein (por cierto, si pasan por El Prado no dejen de visitar una pequeña exposición temporal: El mal se desvanece. Egusquiza y el Parsifal de Wagner), pero de esta elegante y evocadora silueta no voy a hablar hoy, ni de su abundante Románico, sino de dos personalidades y de su huella constructiva en la ciudad en cuestión: Enrique IV de Castilla y San Juan de la Cruz. Dos personalidades contrapuestas que fueron y son muy importantes para la capital castellana.
Y es que ese algo en Castilla y León hace que sea una tierra espiritual, cuna de místicos y de mística. En 2012 colaboré con Ramiro Tapia en Las Edades del Hombre: Monacatus, con el texto explicativo para su obra “Vida Monástica”, y en él ya hacía mención de aquellas ideas que rondaban mi magín tiempo ha. Y no se trata de santurronería, de beatería o meapilismo; créanme cuando les digo que una íntima religiosidad subyace en su paisaje, una religiosidad ajena a instituciones y corrientes de pensamiento. Con frecuencia adopta la forma de una necesidad, de una dedicación a las cosas y sus signos, a los materiales de la tierra, a sus colores y trazos, al valor de la palabra escrita y su caligrafía de alma. Al cielo y sus campos. A la noche que envuelve sus bosques, llanuras y montañas, conduciendo los riachuelos por entre precipicios de noche y muerte.
El Convento de los Carmelitas Descalzos es un representante perfecto de lo que digo. Visitado por Juan Pablo II en 1982, nos muestra un retablo pintado por el P. Gerardo López Bonilla, un carmelita y artista mejicano cuya obra me impresionó vivamente, al hallar su técnica cercana al denominado Art Visionaire. Sus alegorías de la obra de San Juan de la Cruz dotan al recinto de un halo de modernidad que contrasta con el resto del conjunto, y que no hacen más que justificar lo que trato de decir aquí. Y sí, de nuevo San Juan de la Cruz acompañándome de Salamanca a Granada, y que no podía por menos que ser el protagonista de este nuevo episodio segoviano, dado que es en este monasterio donde yacen sus restos, en una excesivamente barroca (para mi gusto) cripta del siglo pasado.
Lo cierto es que las letras de San Juan de la Cruz son apasionadas, lo mismo que profundas e instruidas:
“Un día de los pasados me affligio mucho mas de lo acostumbrado la tristeza, que nunca poco, o mucho me dexa. Y con sobrada fatiga y cuydado hablaua conmigo mismo desta manera (…) Porque los ojos miran a la tierra, donde començo la humana miseria el dia que peco el primer hombre” (Dialogo sobre la necessidad y obligacion y prouecho de la oracion y diuinos loores vocales…, 1555).
Pero no diré mucho más sobre esto, sino que invitaré al curioso lector a deleitarse con las obras de este santo universal, y en todo caso recomendaré la siguiente bibliografía:
BOETA PARDO, Rafael, “Experiencia simbólica en San Juan de la Cruz”, Revista de Ciencias de las Religiones, nº 5, 2000, pp. 37-60.
DÁMASO ALONSO, “La poesía de San Juan de la Cruz”, Thesaurus IV, nº 3, 1948, pp. 492-515.
EGIDO, Teófanes, “Hagiografía y estereotipos de santidad contrarreformista (la manipulación de San Juan de la Cruz)”, Cuadernos de Historia Moderna, nº 25, 2000, pp. 61-85.
ELIA, Paola, “Problemas textuales de la obra de San Juan de la Cruz: El Cántico B”,  Actas del Congreso Internacional Sanjuanista: Ávila, 23-28 de Septiembre de 1991, Valladolid: Junta de Castilla y León, vol. 1, 1993, pp. 123-141.
LÓPEZ-BARALT, Luce, San Juan de la Cruz y el Islam, Madrid: Ediciones Hiperión, 1990.
MAITÉ HERNÁNDEZ, Gloria, “Mirando a Dios. El Cántico Espiritual y Rāsa Līlā”, Interdisciplinary Conference of the Association of History, Literature, Science and Technology, Universidad Complutense de Madrid, 2010, pp. 295-306.
MORALES CÓRDOBA, Eva María, La alegoría de la prosa del cántico de San Juan de la Cruz como explicación de la experiencia mística, Universidad Autónoma de Barcelona, 2008.
RUFFINATO, Aldo, “Los cuatro cuadros del Cántico A de San Juan”,  Archivo de filología aragonesa,  vol. 59-60, nº 2, 2002-2004 , pp. 2071-2092.
Así como sus obras fundamentales, en Cervantes Virtual.
Una agria polémica y eternas disputas eclesiásticas y académicas se han levantado desde la publicación de la “misteriosa” obra de Fray Juan de la Cruz, y es lógico considerando la bruma que envuelve a su preciosa y pulida palabra escrita, fuente e inspiración para poetas y filósofos posteriores.
Prosigamos con los nexos. También en Studia Hermetica hablé en su momento de la mística consustancial a la Alhambra, ¿y qué puedo añadir yo a lo ya dicho por el Dr. José Miguel Puerta Vílchez?, pero ¿qué les parece si les aseguro que el Techo del Salón de Comares tiene su eco en otro monasterio segoviano? Y aquí llegamos al decadente Enrique IV de Castilla, al que bien podríamos imaginar revestido de suntuoso atuendo árabe, inaugurando los recintos del Monasterio de San Antonio el Real con pertinaz paso. El monasterio en cuestión, ubicado en el extrarradio de todo lo conocido y conocible por el turista medio, se halla actualmente en una situación delicada y en relativo abandono, precisamente debido a su desconocimiento por parte del gran público. Y sin embargo alberga tesoros de incalculable belleza y valor mundano. Y entre ellos, lo que nos interesa: los techos de la nave de la Iglesia y de la Sala Capitular, que no son otra cosa que un trasunto de los impresionantes techos de los Palacios Nazaríes, donde se nos ofrece una muestra del buen hacer de la carpintería mudéjar, dando lugar a una cubierta denominada “de par y nudillo” ataujerada, una obra de arte de la precisión matemática y artesanal intacta, tan intacta o más que su “modelo original”, realizada bajo la inspiración de la Sura al-Mulk (“El Reino”, o “El Señorío”):
1. ¡Bendito sea Aquél en cuya mano está el señorío! Él sobre toda cosa es poderoso / 2. Aquél que ha creado la muerte la vida para probar quien de entre vosotros obra mejor. Él es el Poderoso, el Indulgente. / 3. Aquél que ha creado siete cielos superpuestos. Mira si ves en la obra del Clemente imperfección alguna. ¡Vuelve la vista! ¿Has observado alguna falla? / 4. Luego, vuelve la vista a ella un par de veces; la vista volverá a ti cansada y fatigada. / 5. Hemos adornado el cielo del mundo con candilejas, que hemos colocado como piedras para lapidar a los demonios, para quienes hemos preparado el tormento del fuego.
Y yo, que he tenido la ocasión y oportunidad de pasear por encima del Techo del Salón de Comares, y observar así el armazón de madera que sostiene los cielos, puedo apreciar incluso más su insuperable técnica y sus conocimientos matemáticos, siguiendo a Platón cuando nos asegura que la γεωμετρία conveniente es aquella que obliga a contemplar la esencia: οὐκοῦν εἰ μὲν οὐσίαν ἀναγκάζει θεάσασθαι, προσήκει (Rep. VII, 526e). Esencia (οὐσία) y alma (ψυχή) convergen para hacernos ver a los pobres mortales de qué estamos hechos, de dónde venimos y hacia dónde vamos tras la descomposición de nuestros cuerpos. ¿Qué mayor cántico espiritual que este, concebido cuatro siglos antes de nuestra era, y repetido milenios después por cientos de generaciones de hombres en regiones tan distantes y distintas? Y así nos los explicó la guía, con apasionadas y sentidas palabras. Todo un lujo, amigos. Así que ya saben: no dejen de visitar el Monasterio de San Antonio el Real si alguna vez pasan por Segovia; de esta manera se deleitan ustedes mismos con belleza platónica y además ayudan a la preservación de nuestro rico patrimonio histórico, inigualable y único en el mundo.
Dos recomendaciones bibliográficas más:
CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío, El techo del Salón de Comares en la Alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, 1988.
GARCÍA GIL, Alberto, La arquitectura del Monasterio de San Antonio el Real de Segovia, Hermanas Clarisas de San Antonio el Real, 2009.
Y otros recursos:
Eso siempre fue España: una abigarrada mezcolanza de culturas que contradice las visiones reduccionistas que a menudo se nos venden, tanto por parte de los especialistas como de la cultura popular. Desde luego no hablamos de “armonía social”, pero sí de un verdadero intercambio y una admiración cristiana hacia una cultura de muchos modos superior, y un cruce de caminos entre dos religiones que partían de un tronco común, y que compartían más que contradecirse.
Y quizás por ese motivo la visita al Palacio Real de la Granja de San Ildefonso agrava esa sensación de contraste infinito: un intruso en tierra espiritual, una amalgama mitológica y pagana versallesca da la mano a la mística recia y profunda de España, ejemplificado en este volumen manuscrito de Consideraciones Devotas, extraído de la biblioteca de Felipe V (Ms. 868 BNE, cfr. “Las meditaciones sobre los cantares, de Santa Teresa de Jesús”, de Julio C. Varas García).
La próxima vez que escriba aquí será para anunciar nuestra particular academia de lenguas clásicas, con la que espero por un lado sacar algo de rédito a este mi proyecto, y por otro lado dedicarme a mi pasión por la literatura antigua y renacentista. ¡Estad atentos!