miércoles, 25 de marzo de 2009

Ocurrencias


Me gusta, al menos de vez en cuando, aludir en este cuaderno de notas al ambiente universitario, con el que, como sabrán los que me hayan leído hasta ahora, no estoy demasiado entusiasmado. Normalmente mis invectivas han tenido un carácter más bien abstracto o genérico, pero en esta entrada pienso concretar el porqué de mi escepticismo sobre la calidad de los estudios humanísticos en la universidad contemporánea. Y una nueva confirmación de mis opiniones la tuve hoy, en una clase que por supuesto no nombraré. Bien, el profesor en cuestión se pasó una clase entera con cuatro o cinco diapositivas, sobre las que nosotros los estudiantes teníamos que decir lo que nos sugerían, y no se crean ustedes que los comentarios que este señor pretendía por nuestra parte eran del tipo “aquí vemos un ejemplo de la familia extensa del siglo XVII”, o “esto representa la victoria de Luis XIV sobre los Países Bajos”, o qué sé yo, sino era algo más sutil, más “psicológico”, como por ejemplo: “blancura; orden; jerarquía; majestad; sordidez…”

En fin, me pasé una hora y media mirando unas imágenes anodinas y de sobra conocidas, preguntándome qué coño hacía ahí, y por qué este señor no nos repartía textos y comenzábamos a leer, a interpretar o a aprender el armazón teórico suficiente como para entender esas imágenes, y en definitiva por qué no hacíamos uso de la única herramienta válida para los estudios humanísticos: el lenguaje. Por supuesto, no seré yo quien reste importancia al arte como testimonio historiográfico, pero sí seré yo quien denuncie los nuevos métodos de enseñanza de las ciencias sociales en general y la Historia en particular, que están basados, como muchas otras cosas, en memeces e inconsistencias posmodernas, y que para eludir los métodos de toda la vida (por otro lado, los únicos que valen la pena), se inventan rollos e historias que bien podrían pasar por ser eslóganes publicitarios, o bien por la política chupi-guay-buen rollito-telametopordetrássinqueteenteres de las nuevas empresas de treintañeros no-tengo-vida, y que lamentablemente me toca sufrir en mi vida laboral. Y cito el tema de la empresa y demás, porque en una clase de Antropología Social pude asistir a un espectáculo bochornoso, en el que el profesor organizaba grupitos de debate como método de trabajo (“Grupo Focal” parece que se llama el tema), y que según él, era utilizado también por las empresas como método para hacer que la peña se implicara en los proyectos, y demás pamplinas. Se imaginan que al final suspendí, claro.

Esta nueva metodología insustancial, basada en la absoluta incompetencia, el botaratismo militante, la laxitud e incluso el analfabetismo del actual profesorado, a veces es acogida por los estudiantes con mucho entusiasmo, porque claro, mi generación no será audaz, inteligente o moralmente poderosa, pero eso sí: a la lengua y al gusto por la colectividad le da lo más grande. En definitiva, estos lenguaraces se ponen a debatir, y a veces acaloradamente, sobre cosas de las que no tienen ni idea, y además con una calidad retórica que roza lo simiesco, como pude comprobar al oír los comentarios que hacían mis compañeros acerca de las diapositivas esas que les nombré, imagínense: “No sé, ummmm, a mí me parece raro”, o bien “jijijiji, qué feo, no sé… a mí no me parece muy imponente”, o bien “pues yo creo que predomina el dos”… A todas estas tonterías, claro está, el profesor contestaba con una mueca de desprecio y superioridad verdaderamente intolerables, y que me movían a la crueldad (¿por qué tengo que chuparme yo esto?). Y es que cuando este señor replicaba con una sentencia del tipo “no, eso no lo estás viendo, mira mejor, abre y cierra los ojos (plic-plic)”, o “jejeje, no, que nadie me diga (no sé qué), es que no veis que ahí hay una ventana luminiscente y no un tío muy importante en el centro del cuadro”, les juro que se me encendían las alarmas de zafarrancho de combate. Pero al final me contengo, por aquello de no ser pedante y no dármelas de listillo, algo que no me beneficia en nada y de lo que por supuesto no sacaré nada.

Un contrapunto más serio a todo esto lo puedo plantear recordando el debate que pude oír en Radio Nacional, hace ya algunos añitos, entre el Catedrático de Sociología de la UNED, que por aquel entonces era (no sé si sigue siéndolo) el Sr. José Félix Tezanos, y otro fulano del que no quiero acordarme. El debate era planteado sobre la metodología de acercamiento al hecho social o sociológico, y que el catedrático en cuestión defendía planteada sobre la base de un esquema paralelo al construido por el grandioso Max Weber, es decir, con un armazón teórico y una hipótesis de trabajo claros, que dirigieran el quehacer sociológico eficientemente y con una dedicación seria y elaborada. El otro tipo defendía los métodos diapositeros que ya nombré, en plan “la imagen blablablá, y la impresión blublublú”; por supuesto, nuestro catedrático le espetó lo que según él les decía el propio Weber a los que opinaban como él: que se fueran al cine. Pues compadre, ahora digo yo: vaya usted al cine, y de paso déjeme una hojita con bibliografía, para que aprenda. Y después me castigo por no pisar las aulas…

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