sábado, 28 de marzo de 2009

Loa a Festugiére


Dadas mis actuales lecturas hoy me apetece hablar de uno de los más grandes estudiosos de la filosofía del mundo antiguo que han existido. Su nombre, -seguramente muchos de ustedes ya le conocen-, es André-Jean Festugière. Su mención en un cuaderno sobre Historia de la Filosofía Hermética se explica por sí misma, dado que su obra más conocida es La Révélation d’Hermès Trismégiste, una grandiosa e inestimable joya bibliográfica tanto para los historiadores de la filosofía especializados en Platón y los sucesivos “platonismos”, como para los dedicados a la patrística y la filosofía e historia helenístico-romana en general, y también, cómo no, para los filólogos clásicos.

Actualmente estoy estudiando en profundidad el tercer tomo de la ya citada Révélation, y he podido comprobar el inmenso valor que el análisis del Sr. Festugière tiene no sólo para la Historia de la Filosofía Hermética, sino para el estudio del platonismo y la filosofía helenística en general. Por decirlo claramente, si no existiera Festugière habría que inventarlo, dado que el estudio comparativo en un tono eminentemente filosófico entre el pensamiento helenístico (sobre todo el desarrollado del s. II al IV), y la gnosis hermética, es un estudio esencial a la hora de entender a esta última. Yo no había profundizado demasiado hasta ahora en la obra de Festugière (salvo el primer volumen y extractos y referencias a los tres restantes), sencillamente porque pensaba y pienso que para comprender y sacarle utilidad a un aparato erudito tan sofisticado como el desplegado en esta obra de la que hablo, uno necesita de un bagaje cultural previo suficiente, con el fin de sacar verdadero partido a la lectura; en efecto, se debe conocer suficientemente la obra de Platón y el despliegue del platonismo desde los inicios de la Antigua Academia (Espeusipo, Jenócrates), además de tener nociones más o menos claras acerca de los conceptos fundamentales acuñados por la filosofía helenística en general y la platónica en particular (theos, demiurgo, cosmos, mónada, hipóstasis, unidad-multiplicidad, díada-tríada, emanación-procesión, idea-eidos, doxa, noûs, metempsicosis, psicosis, o bien ecpýrosis, lógos, pléroma-kénoma, etcétera, etcétera) antes de enfrentarse con la Révélation.

Los conceptos aludidos son un ejemplo de la diatriba filosófica de la época (sobre todo del último Platón –Epinomis, Leyes, Timeo–, hasta Jámblico y Proclo, que es como decir de la cosmovisión más puramente “neopitagórica”, o bien de la cosmología estoica y el gnosticismo herético-cristiano), y son absolutamente esenciales para comprender la filosofía hermética, que está construida precisamente con las herramientas filosóficas de la época precisamente por “hombres no inexpertos en filosofía” (Jámblico, De Mysteriis VIII, 4). No obstante, y aquí debemos particularizar, no debemos olvidar que el hermetismo es una gnosis, y que por ello se vale de un lenguaje especial, alejado en muchas ocasiones del vocabulario y las tesis de los filósofos platónicos (concretamente, me refiero al esquema revelatorio de muchos logoi herméticos, que imponen conceptos tales como palingenesia, regeneración, recepción del Noûs, Noûs del Poder Supremo, etc.), es decir que:
“La gnose hermétique est la connaissance de Dieu en tant qu’hypercosmique, ineffable, non susceptible d’être connu par les seuls moyens rationnels, et la connaissance de soi-même en tant qu’issue de Dieu” (Rév. III, p. ix).
O dicho de otro modo, que es aquí donde radica la principal diferencia entre el sofisticado aparato dialéctico de los platónicos y la piedad o religio mentis hermética, que impone un método de acercamiento a lo divino basado en presupuestos “no racionales”, supeditados a la “piedad por medio del conocimiento” y la revelación. Y es que este ejercicio comparativo entre las tres tradiciones de mayor predicamento en la época (la platónica, la estoica y la gnóstica), y el hermetismo filosófico, es un ejercicio inexcusable por parte del especialista, con lo que queda sentado por principio el valor de la obra de Andrè-Jean Festugière y Arthur Danby Nock (este último en lo que se refiere a la edición de los Hermetica, quiero decir), tanto por el análisis histórico-filosófico como filológico, y que ha conformado durante todos estos años la piedra angular de los estudios herméticos tardoantiguos.

Dije antes que habría que inventar al Sr. Festugière precisamente porque sus tesis son absolutamente comprensibles y razonables, si bien criticables dado el estado actual de nuestras investigaciones y el avance de la crítica textual en estos lares; y digo que son razonables porque al fin y al cabo el hermetismo es una filosofía helenística escrita en griego tardío, y que en consecuencia se vale de los conceptos y el esquema de pensamiento de la época, y considerarla únicamente como el producto del “egipcianismo” de la época en particular y la degeneración dialéctica de la filosofía griega en general, es un punto de partida bastante comprensible y útil. Las razones que llevaron a este gran sabio a elaborar una propuesta metodológica “errónea” son fáciles de entender, contando con el estado de las investigaciones por aquel entonces, que no había adoptado el enfoque de carácter más “histórico” (es decir, el basado en el análisis de las condiciones demográficas, técnicas, económicas y ambientales del Egipto ptolemaico y romano), desarrollado en las décadas posteriores por estudiosos como Mahé, Fowden o Iversen, y que llevará a un mayor entendimiento del hermetismo, de la mano del análisis tanto del ambiente filosófico-literario egipcio de los primeros siglos de nuestra era, como del sentido del concepto de “helenismo”, y lo que este concepto implicaba para los pueblos ribereños del Mediterráneo.

Por lo tanto, y aunque a veces parece que me dejo seducir por estos planteamientos, yo no estoy de acuerdo con las críticas ácidas que lanzan los modernos estudiosos a la obra de Festugière. Desde mi punto de vista los planteamientos defendidos en su magna obra no pueden ser considerados “erróneos” sin más, sino que antes bien, su capacidad analítica y erudita y su valioso análisis de las interacciones entre las filosofías altoimperiales, así como su edición de los Hermetica tanto filosóficos como técnicos, se convierten en algo esencial a la hora de enfrentarnos con el hermetismo, y son un verdadero ejemplo de un quehacer historiográfico como Dios manda, que privilegia el oficio de recopilación y comentario de los textos, y el análisis cuidadoso y detallado de los conceptos básicos y sus distinciones, contradicciones y categorías, sobre cualquier otra elaboración teórica grandilocuente y pegadiza, que en realidad no hace sino huir del trabajo concienzudo y tenaz que todo buen historiador del pensamiento debe desarrollar, sobre todo en una materia tan complicada como la que tratamos.
Lo que quiero decir con esto es que es preferible para la historiografía un análisis como el desplegado en la Révélation, que un trabajo que simplemente se dedique a recopilar informaciones con mayor o menor coherencia y a lanzar preguntas abiertas e hipótesis sobre lo que probablemente pudo ocurrir, aludiendo para ello a testimonios excesivamente vagos y esquivos.

Además, y dado que Festugière era un especialista en filosofía antigua, su análisis se origina principalmente desde el armazón teórico griego, lo que convierte a su Révélation en una obra quizás más útil para los historiadores de la filosofía helenística y sobre todo platónica, que para los propios historiadores de la filosofía hermética, y un ejemplo de esto lo tengo en las tesis recientes desarrolladas por Gregory Shaw (Theurgy and the soul, Philadelphia, 1995, p. 25), un magnífico historiador especialista en Jámblico y en el fenómeno de la teúrgia, que se vale de este análisis de Festugière para explicar las tesis jambliqueas expuestas en De Mysteriis De Anima, es decir, que huye de las propuestas orientalizantes defendidas por otros historiadores del pensamiento neoplatónico y gnóstico, adoptando (y desde mi punto de vista muy acertadamente), el punto de vista favorable a la influencia de la metafísica neopitagórica desarrollada por Platón en el Timeo en la forma más sublimada de teúrgia, y que es tachada por Festugière de “optimista” (frente a otras concepciones “más dualistas”, teorizadas por Platón en otros diálogos, como el Fedro y la República). No obstante, no me extiendo en esto: la dualidad metodológica optimismo-pesimismo sostenida por Festugière será tratada con generosidad en otra ocasión.

En un plano más jocoso y coloquial, he de decir que muchísimos historiadores (y no sólo sobre hermetismo) citan La Révélation d’Hermès Trismégiste en las bibliografías de sus trabajos, pero puedo asegurar que muchos de ellos no han abierto ni un solo tomo de esta obra en su vida. Y tengo ejemplos en mente que no nombraré aquí por vergüenza torera. Ojalá que esta entrada valga como mi particular homenaje a la magna obra de aquel gran historiador y erudito, todo un ejemplo para las nuevas generaciones de humanistas.

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