viernes, 2 de mayo de 2008

En tierra de nadie


"Que se engañan los muchos que afirman que fue hijo del rey Filipo; pues eso no es verdad. No era hijo de aquél sino de Nectanebo, como dicen los más sabios de los egipcios, quien lo engendró después de haber perdido su dignidad regia". Pseudo Calístenes. Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia.

Confieso que una de las cosas que más me fascinan del hermetismo son sus orígenes. Me maravillan las épocas de transición y cambio, las épocas en las que ninguna civilización o filosofía pueden alardear de pureza, sino de fusión. Por supuesto, ninguna realidad histórica nace por generación espontánea, pero hay épocas en las que el intercambio y la mezcla se dan con mayor facilidad e intensidad. Normalmente estas épocas son de una gran efervescencia cultural, épocas en las que las estructuras estatales están muy desarrolladas y las comunicaciones son relativamente sencillas. Siguiendo este patrón, el largo periodo histórico que se suele denominar "helenístico", y la consiguiente Pax Romana, conforman un enorme lapso de tiempo en el que civilizaciones distantes se relacionan entre sí en una plaza común, y bajo una única autoridad.

Pueblos, religiones, filosofías, ordenamientos jurídicos, tradiciones artísticas, y estructuras estatales bien distintas, se enfrentaron en aquel Mediterráneo ancestral. Se combatieron y despreciaron, pero también se hermanaron y aliaron. Desde luego es fascinante tratar de recrear, por ejemplo, cómo la civilización helenística se apoderó de la inculta y ambiciosa Roma, y cómo la lengua griega se convirtió en el vehículo de comunicación en Oriente durante toda la Antigüedad (y eso sin contar con su bendita pervivencia bizantina). Digo esto porque, tal y como Ignacio Gómez de Liaño deja claro en el prólogo de su obra Filósofos griegos, videntes judíos, el griego se convertiría en el vehículo de transmisión para buena parte del pensamiento no helenístico. Y tenemos buenos ejemplos de esta mezcla. En el Cercano Oriente, nos encontramos con Jámblico de Calcis, el posibilitador del viraje oriental del pensamiento religioso y en general de la filosofía (platónica) en Occidente; en las tierras de Israel nacería el cristianismo, una tradición religiosa semita que acabaría por ser helenística... Y finalmente, Egipto vería nacer a Plotino y la filosofía hermética; el primero representando una visión decididamente helenística, pero no por ello menos abierta a la "obsesión oriental" por la salvación (sôtería), y una visión instauradora de lo que hoy conocemos como "neoplatonismo", antecedente de todas las místicas cristianas hasta nuestros días; y el hermetismo, una filosofía de frontera que supo mezclar elementos tan dispares como el monoteísmo egipcio e israelita, y ciertas concepciones filosóficas y teológicas platónicas, así como el neopitagorismo, y sobre todo, y valiendo como trasfondo general para todo el aparato filosófico hermético, la rama de la filosofía helenística heredada con mayor tradición oriental: el estoicismo.

Es fácil comprender cómo y por qué surge el hermetismo, sólo si tenemos en cuenta la naturaleza de la época que lo vio nacer. Como ya esbozamos antes, desde las conquistas de Alejandro el Magno hasta el apogeo del Imperio con los Antoninos, podemos observar cómo civilizaciones y culturas antes distantes e ignotas, ahora se ven frente a frente, tratando de comprenderse, de evitarse, de matarse, de ignorarse, y finalmente, de fusionarse para construir otra cosa. Por estas razones, estas épocas "de frontera" son muy difíciles de abordar con rigor desde la ciencia histórica. Digo esto porque, con frecuencia, nuestro método a la hora de abordar estos complejos fenómenos históricos, peca de simplista: pretendemos comprender un gigantesco teatro donde tradiciones culturales distintas e incluso antagónicas, y civilizaciones arruinadas y grandiosas, bailan juntas al son de músicas muy diferentes, generando una ingente cantidad de nuevas producciones literarias, filosóficas, artísticas y científicas.

Debido a esto, a veces los especialistas se sienten inseguros en un terreno casi inclasificable... o bien se sienten sospechosamente seguros de poder explicar estas nuevas realidades sobre los presupuestos considerados por la historiografía como "clásicos" de cualquier civilización analizada. Por ejemplo, Festugière pretende explicar el hermetismo tardoantiguo con referencia sólo al esquema clásico de la filosofía griega, y por ello su grandiosa Révélation, si bien se apoya sobre una maquinaria erudita infalible ("abracadabrante", como llegó a decir Samaranch), peca de falta de dinamismo histórico y consistencia teórica, al erigir un discurso "logocentrista" y una visión excesivamente "occidental" de una realidad que necesita ser analizada desde distintas perspectivas.

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